Queridos hermanos, celebramos con alegría la Solemnidad de Pentecostés. Hoy es el día de la iglesia, es decir, el día de la comunidad de los bautizados, todos hijos de un mismo padre y todos hermanos en Jesucristo. Es el día de la iglesia, comunidad cristiana, familia de Dios que siempre está animada, acompañada, fortalecida, guiada y enviada por el Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
Y ¿Quién es el Espíritu Santo? Es Dios mismo en cuanto actúa en nuestros corazones. El Espíritu Santo actúa primero en Jesús. Gracias a la acción del espíritu Santo fue concebido en el seno de la virgen María en su encarnación. El espíritu Santo actúa en Jesús cuando descendió sobre él en su bautismo. Actúa en la humanidad de Jesús también para resucitarlo de entre los muertos; y también gracias al espíritu Santo hoy tenemos el precioso don de la fe.
Hoy en el evangelio de Juan, Jesús se aparece en medio de los apóstoles, sopla sobre ellos y les dice:
“Reciban al Espíritu Santo”
(Jn 20, 21-23)
El evangelista Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos cuenta cómo en la fiesta judía de Pentecostés, cincuenta días después de la pascua, el Espíritu Santo irrumpió en la sala donde estaban reunidos unos ciento veinte discípulos de Jesús, entre ellos los doce apóstoles y la Madre de Jesús, y desde ese momento quedaron constituidos como Iglesia.
Estaban reunidos en oración porque Jesús les había pedido permanecer así. Pero el don del Espíritu en cada uno de ellos los congregó como Iglesia. No fue esa comunidad que al estar reunida en oración hizo venir sobre sí misma al Espíritu Santo como arrebatándoselo a Dios. Sino que fue Dios Padre que, viendo a esa comunidad reunida por mandato de Jesús, envió libremente al Espíritu Santo para constituirla en Iglesia.
Por eso, la Iglesia es el ámbito en este mundo, donde sabemos que actúa el Espíritu Santo para anunciar el evangelio a todo el que quiera creer y en donde se le comunica la salvación a través de los sacramentos a quienes entran y permanecen en la Iglesia por la fe.
Por eso, sin temor a equivocarme, puedo asegurar que el Espíritu Santo habita en la Iglesia, en nuestra comunidad parroquial y en cada uno de nosotros.
Este Espíritu Santo hoy nos invita a vivir la comunión y a ser enviados.
La comunión entre nosotros es signo de la presencia del Espíritu Santo. La palabra comunión, se refiere desde la fe, al vínculo indisoluble y fuerte que hay entre los miembros de la iglesia. Es la unidad, es la fraternidad, es la vida misma de Dios. Es decir, si entre los miembros de la comunidad, nos amamos, nos queremos, nos valoramos y caminamos juntos, es porque vivimos la comunión que da el Espíritu de Dios. Está comunión con Dios y entre nosotros, se concreta en la objetividad de una comunidad a la que adherirse, guiada por la autoridad que Dios ha puesto a la cabeza. Por eso la parroquia es el lugar concreto para vivir la comunión con Dios y con los hermanos.
El relato bíblico nos recuerda, también, que el Espíritu Santo fue dado a los apóstoles con el fin de ser enviados. Hoy se refuerza la dimensión misionera de la iglesia. Todo lo que hemos recibido no es solo para nosotros es para salir y anunciar a Jesús a otros y en otros lugares. La presencia del Espíritu en una comunidad genera movimiento, salidas y cambios. Por eso, todo aquel que es enviado, y dice si al plan del Espíritu Santo con docilidad, habla bien de la comunidad a la que pertenece y reconoce al Espíritu Santo no solo en el enviado que se va sino en el enviado que llega. Por eso, sabernos enviados por el Espíritu Santo debe ser para todos causa de alegría.
Queridos hermanos, en el marco de está solemnidad, termino con esta celebración, la bellísima misión encomenda como párroco en esta comunidad de San Francisco de Asís de la Caleta, para iniciar prontamente otra misión, estudiar una especialización en teología dogmática en Roma.
Hoy no estamos celebrando una despedida sino aún más, una Misa de Acción de Gracias por todo lo que el Señor nos ha permitido en estos ya cinco años y ocho meses. Así le he querido llamar porque así es. Hoy me embarga un profundo sentimiento de gratitud a Dios, que me permite rezar con mayor conciencia el prefacio de la Eucaristía: “en verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor Padre Santo, Dios Todopoderoso y Eterno”.
Quiero compartir con ustedes algo muy personal, un pequeño escrito que encontré realizado en el año 2010 por un seminarista de cuarto año de seminario, que concluía la etapa de filosofía, hoy conocida como etapa discipular. Así escribió: “Señor está palabra me ayuda a ver que, en los momentos de mi vida, de mi formación, de mi proceso, las veces que recuerdo cada detalle de mi pasado con referente a ti Jesús, ha sido una acción indiscutiblemente del Espíritu Santo. Señor, si tú me concedes la gracia de ser un sacerdote párroco te pido me ayudes a ayudar a los fieles, al consejo pastoral, al consejo económico, a organizar bien las actividades, a tener encuentros de oración y formación de la palabra”. Este seminarista se llama Jhassir Pacheco Rodríguez. Desde este momento he estado rezando por ustedes.
Llegué a esta comunidad el 15 de noviembre de 2019. Venía de estar 1 mes y medio en la Parroquia San Marcos Evangelista en san Miguelito y por más de dos años antes habiendo estado en la Parroquia san Francisco de Paula en la Chorrera. Está era para mí una realidad pastoral desconocida, una parroquia con una pastoral urbana.
A mi llegada a esta parroquia, le preguntaba a Dios ¿Señor como debo evangelizar aquí? ¿Cómo quieres que lo haga? Y le pedía, dame una luz. Una noche al rezar en el templo, quedé mirando fijamente a san francisco y encontré en su testimonio de vida la luz que necesitaba. Pude apreciar en nuestro patrono una llamada clara a una vida con sabor a evangelio, una fraternidad verdadera, sencillez de vida y sobre todo esa pobreza evangélica que es capaz de mirar en cada persona su gran valor como hijo e hija de Dios más allá de su abundancia o escasez, mirar su bondad y su necesidad de Dios, mirar a cada persona como Dios nos mira. Fue San Francisco desde el principio gran amigo y gran intercesor. En los momentos más difíciles le he dicho entre risas a nuestro santo patrono: Francisco, Francisco ayuda a tu párroco.
Por eso, quiero aprovechar este momento para pedirles perdón, si en algo en algo les falté. Delante de Dios les digo, que todo he procurado hacerlo por amor y desde el amor, pero soy un pobre ser humano que está empezando en el camino de la santidad.
Quiero agradecer a Dios por permitirme servirles durante este tiempo. He sido muy feliz entre ustedes querida familia, he experimentado el gozo de ser padre, hermano y amigo. Con ustedes he confirmado aún más la belleza de ser un sacerdote diocesano. Gracias por permitirme estar en sus hogares, en los momentos más felices y difíciles de sus vidas, por compartir conmigo sus lágrimas y sus sonrisas; por permitirme ser instrumento de Dios y por hacerme parte de sus vidas y familias. Hoy solo me queda decir como el salmista, ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me has hecho? (Salmo 115,12).
Gracias quiero dar, en esta ocasión a Mons. José Domingo Ulloa Mendieta, nuestro arzobispo, a quien represento en esta comunidad y en quien siempre he sentido su acompañamiento, su guía y confianza, características, no solo de un buen pastor sino también de un buen padre. Gracias Mons.
Gracias a mi familia, que siempre me han acompañado, han orado y me han animado a entregarme con fidelidad y entrega a mi comunidad de fe. Gracias por siempre estar y comprender los sacrificios propios de mi servicio como párroco.
Gracias a Mons. Rómulo Daniel Aguilar, quien me recibió como su vicario, y a quien, sin pensarlo, he sucedido como párroco. A Mons. Pablo Varela Server, obispo, quien también me acogió como hermano en esta misión y siempre estuvo para mi cuando más lo necesite. A ustedes hermanos que sé que están en el cielo les doy las gracias.
Gracias al Padre Salomón y a todos los hermanos sacerdotes con lo que aquí he servido. Es una experiencia siempre en equipo. Gracias Diácono Cesar y familia, gracias por ser hermano y amigo. Gracias a mi equipo de colaboradores, a los miembros del consejo pastoral, económico, EPAP, pastorales y movimientos, y demás agentes de pastoral, que son más de 350, gracias por caminar junto a mí en la creación y desarrollo de la programación pastoral parroquial. Son ustedes una bendición y yo pido para ustedes un fuerte aplauso.
En pocos días, se anunciará quien será el nuevo párroco, les pido que lo acojan y apoyen tanto como lo han hecho conmigo. Eso hablará muy bien de ustedes y de mi pastoreo. Les encomiendo grandemente esto. Pues sólo es bueno el pastor que se fue, cuando la comunidad acoge bien al pastor que llega.
Seguimos a Jesucristo, yo lo sigo y ustedes también lo siguen. Él ha dicho a sus discípulos;
“no queden tristes, porque me voy, aunque me voy yo volveré”
(Jn16, 22).
Y hoy les digo también a ustedes lo mismo: aunque me voy yo volveré. No es un Adiós sino un hasta luego. Solo les quiero pedir una cosa, si en algo se olvidaran de mí, no importa, pero les pido que nunca se olviden de Jesucristo a quien le he anunciado con amor, Él es el más importante y para Él es toda la gloria.
Termino con las palabras que San Francisco de Asís dijo a sus hermanos al despedirse de ellos: “Comencemos, hermanos, a servir al Señor, porque hasta ahora poco o nada hemos hecho”.
Hoy pido a Dios, con todo mi corazón, que el don del Espíritu Santo acompañe siempre a está hermosa comunidad, mi primer amor. Gracias querida comunidad, gracias por todo y, por tanto. Que así sea. Amén.